La historia de las tejas

Una bonita anécdota para mostrar de lo que son capaces los que se aprovechan del trabajo de los demás es la historia de las tejas.

Hace años, uno de los vecinos, el mas listo, decidió convencer a un señor de cierta edad para que cambiara de casa y se construyera una pequeña casita, adivina dónde, cerca de su casa (la del listo).
La motivación principal era que así el anciano caballero ya no tendría que subir y bajar las empinadas e inseguras escaleras de madera para entrar en su casa y que ya no tendría que ver escombros delante de su puerta.

Unas semanas después, el jubilado decidió quedarse donde estaba. (En realidad pensó en vivir en otra casa vacía cercana, pero lo único que hizo fue destrozar la cocina, diciendo que reharía el suelo. La casa se quedó entonces sin cocina y sin suelo).

Por lo tanto, no se ha hecho nada. Pasaron unos meses y la historia se repitió, esta vez con una joven doncella de una aldea vecina. Se trataba de construir un pequeño chalet, ¿adivinas dónde?

Cerca de la casa del listillo, ¡exacto!

En ese momento algo me hizo sospechar, aunque no supiera exactamente el porqué.
Claro, la joven podría haber venido a expresar sus talentos artísticos en paz y tranquilidad en un lugar relajante, un proyecto interesante. No recuerdo cómo, me puse en contacto con esta chica y como yo también necesitaba un par de metros cuadrados de tejas, decidimos trabajar juntos.

Ese día, la astuto creador del proyecto había planeado ayudar proporcionando un pequeño remolque con el que transportar las tejas. Encima del tejado de un pajar medio destruido, la joven y yo. El se había ido a su casa, claro, las tejas no eran para él y qué razón iba a tener para ayudar si ya había proporcionado el remolque.
Al cabo de un rato tuvimos que interrumpir el trabajo porque soplaba demasiado viento, sólo habíamos cargado unas cincuenta tejas en el remolque.

Y fue aquí donde el sentido lógico de la joven sugirió llevar esta primera carga de tejas a mi casa, puesto que ya estaban cargadas y yo vivo en la parte alta del pueblo.
En ese instante, se vio un cambio de actitud y de expresión en el rostro del filántropo. Incapaz de contrarrestar una idea tan lógica como democrática, se vio obligado a arrancar el motor y conducir hasta delante de mi casa. Empezamos a descargar las tejas, el viento no dejaba de soplar y su rostro se fue ennegreciendo todavía más. Casi explotaba de rabia, se podía ver en su cara todo el odio de alguien que tiene las manos atadas mientras alguien le abofetea y no puede defenderse. Su rostro era tan negro que me pregunté por qué era tan negro. ¿Qué le pasa ahora a este tío? me pregunté, ¡casi parece como si le estuviéramos haciendo daño!…. Exactamente eso, pero vayamos por orden, que la historia tiene su gracia.

Al día siguiente organizaron otra acción destinada a recoger tejas de un segundo pajar, al otro lado del pueblo, en el barranco del este. Involucraron a varias personas más, pero a mí ni siquiera me llamaron….
Fui a mirar y vi a todo el mundo ocupado en el tejado. El filántropo, por su parte, estaba esperando a que llenaran una carretilla para llevársela a su casa, uy, perdón, a la «obra» del chalet. «Aquí, haciendo viajesitos», dijo.

Nótese también el hecho curioso de que, aunque sabían que yo sé tanto de bioconstrucción en general como de optimización de recursos, nadie, ni siquiera la persona directamente interesada, sintió la necesidad de pedir, no sé, algún consejo. Y es aún más curioso que, en primer lugar, cuando se trata de diseñar y construir un chalet, la primera preocupación sea la recogida de las tejas.
Pues bien, al atardecer, ya había una buena cantidad de tejas amontonadas en el jardín del listillo.

Pasaron sólo unos días y se produjo un giro: «mira Dulcinea (nombre ficticio), en este pueblo hay mucho mal rollito, podría ser que Zoe (otro nombre ficticio) viniera a robarte las tejas». – dijo el magnánimo transportador de tejas.

En realidad, habría que escribir un libro sólo sobre este último personaje, pero lo que nos interesa en esta historia es que en realidad no era Zoe quien quería robar las tejas.

¿Alguno de vosotros ha adivinado ya dónde acabarán?

No hace falta decir que el proyecto del chalet artístico terminó allí unas horas más tarde, para gran y vibrante satisfacción del arquitecto descalzo.
La moraleja de esta historia es muy sencilla, pero hay otra consideración.

La indiferencia de la gente, que dice que a estas alturas los huevos ya estaban rotos y se olvida de tales incidentes, sólo crea un terreno fértil para quienes se aprovechan metódicamente de los demás…
Seguirán más anécdotas divertidas a este respecto.


Comments

One response to “La historia de las tejas”

  1. […] protector de hormigoneras y su actitud recuerdan mucho a la que describo en el artículo sobre la «historia de la tejas».Desde entonces, esta herramienta está en mi casa a disposición de quien quiera utilizarla.Ahora […]

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